
El cuatro de marzo de 2014 en el aeropuerto de Managua, el obispo Silvio Báez salió del avión con el nuevo príncipe de la Iglesia, Leopoldo Brenes Solórzano, quien regresaba de Roma de su investidura. En la transmisión oficial se escucha cuando Ortega le dice a Brenes: “Usted, eminencia, ha hecho el milagro de resucitarme porque decían que estaba muerto”. “Esta es la resurrección de Daniel”, agregó su esposa, sonriendo. En 1985 cuando Ortega supo del nombramiento como cardenal de Obando Bravo ni lo felicitó ni lo fue a recibir al aeropuerto. En esos tiempos los obispos estaban unidos; pero Ortega —después de su alianza con Obando—, había logrado dividirlos, al punto que admitían que en ocasiones no habían llegado a consensos para pronunciarse en las periódicas cartas pastorales. Los “duros” eran los obispos Báez, Álvarez y Mata.
Con Obando Bravo llegaron Eddy Montenegro, Bismarck Carballo y el últimamente desaparecido Neguib Eslaquit, el mismo que participaba en las marchas en contra del pacto Alemán-Ortega y visitaba en la huelga de hambre a Dora María Téllez. Nada diferente a los tránsfugas de la política criolla. La imagen venerada de la Sangre de Cristo fue la última víctima de quienes fomentaron el odio a la Iglesia. Y aunque Rosario Murillo salió rápidamente con el cuento de la “veladora y las cortinas”, y su policía agregó lo de los “gases y el alcohol de fácil combustión”, nadie les creía, aunque yo no pienso que el incendio haya sido ordenado desde El Carmen (a pesar de los pentagramas y brujerías que se le atribuyen a la vicepresidenta). El ataque fue catalogado por el cardenal Brenes como un atentado terrorista y por el papa Francisco como un atentado.
Con una Iglesia cercana al sufrimiento del pueblo ante la represión, el desempleo y la pobreza más la indolencia por el coronavirus y otros ataques como el de Santa Rosa del Peñón que provocó la molestia del obispo de León, los obispos y el clero, están unidos. En todo ello, el trascendental papel del incomprendido nuncio apostólico Waldemar Sommertag fue determinante para que el papa Francisco se pronunciase en el Ángelus pocos días después.
La burda manipulación del caso de las campanas y montajes al excanciller Francisco Aguirre Sacasa es una muestra que los ataques continúan, a lo que se sumó que uno de los voceros del régimen acusó a la madre del cardenal Leopoldo Brenes de haber querido envenenar a jóvenes que protestaban contra Somoza en una iglesia de Ticuantepe. Y eso, aunque el sereno cardenal Brenes lo perdone “70 veces 7”, muy difícilmente lo olvidará.
Daniel Ortega con sus acciones y ataques ha promovido el odio a la Iglesia católica que dice pertenecer. El ataque a la imagen de la Sangre de Cristo hizo el prodigio de consolidar la unidad en la Iglesia en torno a sus pastores. Falta que en una de esas, Ortega cometa otro error y se nos haga el milagro de que la verdadera oposición se una en torno al espíritu de abril de 2018. Es cuestión de tiempo.
El autor es abogado. Fue ministro de Defensa en el gobierno de don Enrique Bolaños.