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«Quién va a creer que bajo ese monte crecido murieron nueve personas». Derrumbe en el barrio 18 de mayo cumple seis años

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La maleza esconde el área donde el 16 de octubre de 2014 un aguacero provocó el derrumbe de una parte del muro perimetral del residencial Lomas del Valle, en Managua. Nueve personas murieron, ellas vivían en un caserío levantado al costado, en la parte baja y que se había convertido en un anexo del barrio 18 de Mayo. Han pasado seis años pero los pobladores recuerdan la tragedia de aquel traspatio urbano con nitidez. Los familiares de las víctimas nunca volvieron al lugar donde perdieron seres queridos, pero que aún sienten dolor y cada invierno les recuerda aquella tragedia.

El desastre que hizo sonar las alarmas y llevó a las autoridades nacionales a ordenar la evacuación inmediata de todas las familias que habitaban en puntos críticos de Managua, un equipo de LA PRENSA visitó el sitio y conversó con personas testigos de ese hecho; también logró hablar con Andrea Leonor Estrada, quien perdió a su hijo José Antonio García Estrada y su nieta Jenny de la Cruz Rayo Estrada. Esto es lo que contaron, reconociendo que les parece que todo fue ayer.

Narciso Sequeira, cuya casa se ubica frente donde se desplomó el muro, recuerda que ese 16 de octubre llovió desde la tarde y que entrada la noche, con el cielo «cerrado en agua», escuchó que en la calle una mujer suplicaba ayuda. «Nos asomamos y vimos que una mujer iba para abajo buscando ayuda, decía que había un muerto. Luego nos daríamos cuenta que la cantidad de muertos era mayor y que había sido porque cayó el muro. Ese día no se pudo dormir y todo lo que ocurrió no se puede olvidar. Uno vive con eso para siempre», cuenta.

La respuesta es casi la misma en el resto de casas del barrio 18 de Mayo, que están en la calle que da al frente de la zona del desastre, un área verde y un terreno baldío. A algunos se les empapan los ojos mientras hablan, otros hacen el esfuerzo de hilar sus frases mientras la voz está a punto de quebrarse. Ellos son un retrato de la dimensión del hecho y la afectación en la vida de las personas, más allá de los familiares de las víctimas. «Yo escuché cuando se cayó el muro, se oyó como suena un rayo y dije: «la Sangre de Cristo», aunque no sabía qué había pasado. Luego me enteraría que habían muertos. Uno, dos, tres, hasta llegar a los nueve», relata entre lágrimas Vilma Ruiz, quien vive más al sur de la casa de Sequeira.

Ese 16 de octubre el primer cadáver fue encontrado después de las 8:00 p.m. y conforme transcurrieron las horas continuaron los hallazgos fatales. Al último cadáver lo sacaron pasadas las 5:00 a.m. del día siguiente, cuando el barrio entero amanecía en vela. Fueron más de ocho horas de incesante búsqueda y rescate, aplicando técnicas especializadas con sonidos y perros por la complejidad de la escena. Y es que el pesado muro estaba cubierto de lodo y no había energía eléctrica, teniendo los rescatistas que trabajar con torres de iluminación proporcionadas por la Alcaldía de Managua, mientras el país seguía espantado el desarrollo del rescate, esperando que se encontraran aún personas con vida.

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Al final el recuento fue de nueve personas fallecidas por el derrumbe: Yolanda Talavera, de 25 años; Maikel Téllez, 12 años; Karen Vásquez, de 27 años; Manuel Flores, de 50 años; Yolanda del Carmen Talavera, de 50 años; Douglas Orozco, de 19 años; Jenny de la Cruz Rayo Estrada, de 15 años; Oscar Garay, de 5 años; y José Antonio García Estrada, de 17 años. También resultaron siete personas lesionadas, quienes estuvieron cerca de perder la vida y que al menos dos estuvieron graves en el hospital.

No hubo investigación

Se sabe que el agua hizo una mala jugada esa noche, que el suelo saturado por la lluvia de esos días fue determinante para que la pared compuesta por piedras cantera y losetas, cediera. Sin embargo, quedó pendiente la puesta en marcha de una investigación técnica oficial. O si hubo hasta ahora no se ha hecho pública. Las familias no fueron notificadas tampoco. Esto ofrecería una radiografía de lo que falló y aprender del error que cobró vidas.

Es claro que las casas se asentaron sobre área verde, en una zona visiblemente no apta a habitar y que el muro representaba una amenaza latente, pero aún hay varias preguntas sin responder, como si el muro fue levantado con todas las especificaciones dictadas por la Alcaldía, si hubo supervisión y si periódicamente se realizaban revisiones para constatar su estado o si hubo estudios de terreno o monitoreo de las condiciones del área tomando en cuenta el tipo de suelo, y que limitaba con un asentamiento.

Casa no compensa el dolor

En vida, José Antonio García Estrada le prometió a su madre, Andrea Leonor Estrada, regalarle dinero para que ella se comprara ropa. Pero murió sin poder cumplirlo, pero eso es sólo un recuerdo, ya no le importa, le importa que perdió a su hijo. «A mi hijo lo tengo en mi corazón y recuerdo ese día como si fue ayer. Es cierto que me dieron una casita pero eso no llena el vacío que me dejó su ausencia. Yo vivo soñándolo y lo veo volver de su trabajo, pero qué va, me despierto y veo que eso no va a pasar», dice entre llantos.

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En el cementerio de San Isidro de la Cruz Verde está enterrado José Antonio García Estrada. Aunque su madre Andrea Leonor Estrada vive en Ciudad Belén, llega a visitar su tumba. Jader Flores/LA PRENSA

Luego de sacar a las familias de los puntos críticos y llevarlas a albergues, el gobierno nacional se propuso construirles viviendas. Fue entonces que le solicitó a la Embajada de Taiwán usar 30 millones de dólares que esta proporcionó para erigir el nuevo estadio nacional de béisbol, para casas solidarias. Con el compromiso de garantizar posteriormente la construcción del parque de pelota, la solicitud fue aprobada y fue así que se construyó Ciudad Belén.

A raíz de la muerte de su hijo, aseguró Andrea Leonor Estrada, padece de hipertensión y colesterol alto. Antes no le dolía nada, dice, y pese a haber enfrentado días difíciles, ver llegar a su hijo del trabajo era recibir un bálsamo de vitalidad, le ponía fin a cualquier preocupación que tuviera.

«Teníamos en las narices la tragedia, de frente, y no hay un día que no lo recordemos en el barrio. En los 30 años que llevo viviendo acá, siendo de los fundadores, puedo decir que es el hecho que más nos ha estremecido. Quién va a creer que bajo ese monte crecido murieron nueve personas. Hubo mucho llanto ese día, consternación en todos nosotros», finalizó Sequeira.

Para la elaboración de esta pieza periodística se trató de entrevistar a Marcos Bello, quien perdió a su esposa, su madre, una hermana, dos sobrinos y su padrastro. Marcos también es padre de las «niñas milagro», las pequeñas hermanas y únicas sobrevivientes que fueron rescatadas del lodazal bajo la pared derribada por la lluvia.

Se les buscó en Ciudad Belén, en la vivienda que les fue donada tras la tragedia, pero ya no residen ahí. Ni de Marcos ni de sus hijas se conoce paradero exacto. Sus antiguos vecinos le perdieron el rastro y sólo saben que se fue para Chontales, donde ahora vive tratando de dejar atrás la tragedia donde fallecieron seis de sus familiares.


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