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12 de octubre: ¿Abajo Colón?

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Hoy 12 de octubre, día en que Colón pisó tierra americana, la izquierda mundial lo considera una fecha infame. Por eso se han dedicado con celo a destruir sus estatuas; en Estados Unidos y en muchos países. Tras la trágica muerte de Floyd, una grúa, obedeciendo la decisión de los representantes demócratas de California, removió la estatua de Colón del hemiciclo del congreso local. En Nicaragua el FSLN, declaró tiempo atrás al 12 de octubre como “Día de la Resistencia Indígena” en sustitución del anterior “Día de la Hispanidad” o “Día de la Raza”. La razón esgrimida por los enemigos de Colón es que hoy, hace 528 años, fue el inicio de un capítulo trágico en que muchos indios que vivían en paz fueron exterminados, otros confinados a reservaciones, otros esclavizados, y sus culturas destruidas.

Pero esta es la percepción parcial y engañosa que ocurre cada vez que la historia se ve con lentes ideológicos —en este caso el marxista, que la reduce a una lucha entre opresores y oprimidos—, lentes que ciegan ante realidades muy distintas a sus grandes simplificaciones. Una de ellas, ampliamente documentada, es que los indígenas rara vez gozaban de una vida pacífica y placentera. Quienes hayan visto la película Apocalipto, de Mel Gibson, pueden avistar uno de sus aspectos más siniestros: las cacerías despiadadas que los Aztecas hacían en las tribus periféricas para sacrificar millares de víctimas. En Centroamérica tales correrías se llamaban las “guerras floridas”. Escribió al respecto nuestro gran intelectual (q.e.p.d.) don Emilio Álvarez M., que nuestros indígenas vivían en un estado de “permanente zozobra, temerosos de ataques sorpresivos de sus vecinos rivales, o la invasión masiva de oleadas de desplazados del norte que llegaban periódicamente a invadir sus tierras”. La opresión existía antes que Colón. Las tribus indígenas practicaban además la esclavitud; sus caciques y círculos privilegiados explotaban a los de abajo y, en lugares como Nicaragua, era común el canibalismo y otras costumbres atroces.

Es cierto que, como en toda conquista, hubo incontables abusos contra los indios; en unas regiones más que en otras.

En Norteamérica, por ejemplo, no hubo intento de integrarlos a la nueva cultura, sino que fueron privados de sus tierras y llevados a las reservaciones. En África del sur los ingleses establecieron el “apartheid” o la total segregación racial de los negros. En la América hispánica, en cambio, aunque al inicio algunos conquistadores intentaron esclavizarlos, la Corona (los reyes de España) y la Iglesia prohibieron determinadamente hacerlo, respetaron sus tierras comunales y, a diferencia de los anglosajones, fomentaron los matrimonios interraciales.

Y así como es cierto que con Colón vinieron algunos hombres inescrupulosos, sedientos de oro y mano de obra servil, así también vinieron misioneros abnegados que los frenaron, a veces a costa de sus vidas, como nuestro obispo Valdivieso, y que dejaron el pellejo para llevar a los indios lo que para cualquier cristiano es el tesoro más valioso del mundo: la fe en Cristo, el concepto de un Dios que es amor y que nos pide amar sin distinciones a los hombres por ser nuestros hermanos que comparten la infinita dignidad de ser sus hijos. Como siempre, en unos el mensaje caló más que en otros y, como en toda historia hecha por hombres pecadores, junto a las luces hubo muchas sombras.

Pero no puede negarse la inmensa influencia civilizadora que este mensaje tuvo en el continente. Aún agnósticos, como Vargas Llosa, se han maravillado ante la labor civilizadora que hicieron los jesuitas en las comunidades de indios guaraníes.

Junto con la fe vino también el idioma castellano y el valioso bagaje de la cultura occidental, con su énfasis en el universalismo, el racionalismo y la importancia de la ley y el derecho natural, e instituciones como el sistema judicial y la unidad familiar. Si se hace el balance entre bienes y males recibidos, es fácil concluir que no estarían mejor los nativos de América si no hubiese venido Colón y que en el fondo de quienes aborrecen sus estatuas, más que ignorancia suele bullir un odio consciente o inconsciente hacia Cristo y la cultura occidental. Quienes amamos ambos podemos decir, en cambio, ¡gracias Cristóbal Colón!

El autor es historiador y autor del libro “En busca de la tierra prometida, Historia de Nicaragua 1492-2019”.


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