El lenguaje de la Eucaristía es fuerte: ¿Quién puede escucharlo?” (Jn. 6, 60) ¿Es el lenguaje de Jesús duro e imposible de aceptar, o es lógica la manera de hablar de Jesús? Creo que el mensaje de Jesús no es otra cosa que lo más elemental que se exige a cualquier persona que desee optar por algo en la vida: “Ser consecuente”.
¿Qué es lo que se desea hoy más que nunca? Que seamos consecuentes entre lo que decimos y hacemos en el servicio de los demás. ¡Lo normal!
¿Qué es lo que un trabajador desea? Tener un salario justo y digno. ¡Lo normal!…
¿Qué es lo que se espera de los trabajadores? Pues que sean consecuentes y rindan con su trabajo conforme se comprometieron a realizarlo. ¡Lo normal!
¿Qué es lo que se le exigen a unos esposos que ante Dios y ante la comunidad cristiana se comprometieron a vivir juntos en el amor? Pues que sean consecuentes a la promesa que se dieron. ¡Lo normal!
¿Qué es lo que se le exige a un estudiante? Pues que sea consecuente y estudie para poder llegar a la carrera que se ha puesto como meta. ¡Lo normal!
Pues bien, Jesús lo que nos dice es lo normal: “Que los que pretendamos seguirle, seamos consecuentes con nuestro compromiso”. Jesús no nos pide que odiemos a nuestros padres o a cualquiera de los miembros de nuestras familias, si queremos seguirle.
Jesús no nos pide que carguemos con una cruz que de antemano Él nos prepara, si queremos seguirle y no nos pide que renunciemos a nuestros pequeños o grandes bienes, si queremos seguirle.
Lo que Jesús nos pide es que seamos responsables y consecuentes con nuestra decisión de ser cristianos: “Que lo pensemos bien y vivamos según el compromiso que hemos tomado en nuestra vida” (Lc. 14, 28-32).
Que no juguemos al sí y al no, como el mismo Jesús nos dice: “Sea su lenguaje: “Sí, sí”, “no, no” (Mt. 5, 37). Como decía también Santiago: “Que tu sí sea sí, y el no, no” (St. 5, 12).
Que no juguemos a dos cartas, ni pongamos una vela a Dios y otra al diablo. Es lógico, como nos dice Jesús: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro” (Mt. 6, 24).
No podemos ser en templo cristianos y en la calle paganos. Jesús no es un demagogo, va directo a la verdad sin ambigüedades, sin jugar con las personas: “El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío”. (Lc. 14, 27).
Quien pretende seguir a Jesús y ser cristiano, tiene que ser consecuente en todo momento: en el templo, en la calle, en la familia, en el trabajo, en todo ambiente en el que se mueva, sea político, social o religioso, consciente de que esta lealtad puede traerle en ocasiones contradicciones y hasta momentos amargos.
El autor es sacerdote católico.
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