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Poemas insurrectos de Gioconda Belli

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El relevo

Gioconda Belli

El 18 de abril fue el día de visiones macabras.
Los golpeados con ira.
Mi amiga Ana con la cabeza cortada, el ojo morado.
El estudiante aporreado en el suelo
por cinco o seis chicos pateándole.
Los de las motos cargando sus hierros, palancas
ensañándose contra el desarmado joven
hasta dejarlo inconsciente.
En el trasfondo, la imagen del policía impávido
observándolo todo
acuerpando el castigo y la impunidad.
Gracias a este siglo XXI y a la tecnología
cientos vimos el salvaje desaforo
de los enviados a sofocar las protestas.
Fue como si a todos nos hubiesen aporreado
arrinconado contra la camioneta
los nueve o diez “cristianos” con sus camisetas
proclamando “amor y paz”
haciéndonos sangrar
a pies y puño limpio.
Cada uno de nosotros
se percató de pronto cuán exiliado estaba
de su ciudadanía
y una energía unánime
atravesó la coraza de súbditos dóciles
y rompió en mil pedazos
la lógica de la resignación.

Un polvorín el resentimiento acallado
– “Nos hicieron alabarlos”, decían, “pero no nos engañaban”.
Se deforestó la ciudad ahogada por luminosos árboles de lata
fueron arrancadas de los mástiles
las pobres banderas rojinegras,
el símbolo otrora de rebelión, transmutado en símbolo de / opresión.

¿Cuántos tiranos alcanzan en una vida?
¿Sabrá el de ahora lo que sentía el otro?
¿Recordará cuánta muerte sembró aquel
aferrado al poder?
-el bombardeo de las ciudades
-su hermano Camilo Ortega caído en Los Sabogales
(él era como uno de esos jóvenes asesinados en las protestas)
¿Cuántos tiranos alcanzan en una vida?
Este sin ver en el espejo la fantasmal semejanza
sin aceptar el fin de su tiempo.
Inmuneal repudio
insiste
reprime
insiste
nunca vuelvan a preguntarme si fue en vano la Revolución.
Hay relevo. Los de antes ya no somos necesarios.
Se hereda el ardor contra los tiranos.


Los árboles de mi ciudad

Gioconda Belli

Canto a la ceiba,
al madroño,
al roble,
a genízaros y
jiñocuagos.
Esos árboles-monumentos de nuestras tierras,
de verdes y sueltas cabelleras
durarán lo que dure mi vida,
la de mis hijos
y quizás la de mis nietos
Los árboles eléctricos —las arbolatas—
en cambio, perecerán.
Una a una se apagarán sus luces.
Se corroerá el metal de sus troncos.
Sus esqueletos descascarados
serán vendidos como chatarra.
Terminarán tristes
en el cementerio de las cosas inútiles.
Un día la noche y el sonido del viento
cruzando la ciudad
serán nuestros otra vez.
Así está escrito en el libro secreto de la Tierra.
Canto a la ceiba
al madroño,
al roble,
a genízaros y
jiñocuagos.
El verde futuro
de los árboles desterrados.


LA PRENSA/OSCAR NAVARRETE

Huelga

Gioconda Belli

Quiero una huelga donde vayamos todos.
Una huelga de brazos, de piernas, de cabellos,
una huelga naciendo en cada cuerpo.
Quiero una huelga
de tiendas, de choferes
de palomas, de flores
de técnicos, de obreros
de niños de mujeres.
Quiero una huelga grande,
que hasta al amor alcance.
Una huelga donde todo se detenga,
el reloj el plantel los colegios
las fábricas el bus la carretera
los comercios los puertos.
Una huelga de ojos, de manos y de besos.
Una huelga donde respirar no sea permitido,
una huelga donde nazca el silencio
para oír los pasos
del tirano que se marcha.
(Febrero, 1978)

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